Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar

El crimen de Alonso Orjuela sorprendió a los bogotanos el 22 de octubre de 2016. Y podría decirse que a muchos los entristeció, pues encarnaba la imagen misma del empresario humilde y soñador que, a punta de esfuerzo y trabajo duro, había alcanzado el éxito con los supermercados Surtifruver. Santiago Gamboa narra las circunstancias que condujeron a este asesinato emblemático y disecciona en profundidad las motivaciones de sus victimarios, las investigaciones de la Fiscalía y el cubrimiento periodístico del hecho. Lo hace con una narrativa impecable, una excelente voz y recursos sonoros muy apropiados.

La autora narra desde lo profundo de los servicios de cuidados intensivos del Hospital Santa Clara de Bogotá, la tragedia diaria que vivían el personal de salud y los pacientes de Covid-19 en los inicios de la pandemia. Asumiendo el riesgo de contagiarse en un momento en el que se sabía muy poco del virus, de manera sensible y respetuosa logró ambientar la situación en el lugar a partir de varias voces, inclusive de los mismos pacientes. Gutiérrez lleva al radioescucha al lugar donde las sirenas, el agite, los testimonios y la muerte resumen la situación vivida por muchos colombianos. Todo ello le permite desde este pequeño relato simbolizar la tragedia presente en el mundo entero ante un enemigo desconocido y potencialmente letal.

En un país donde los reporteros tienen sus agendas marcadas por los conflictos, no resulta fácil convertir en protagonistas de una historia periodística a unos fabricantes de instrumentos musicales. Sobre todo si se trata de artesanos que trabajan en talleres rudimentarios de la región amazónica, los Llanos Orientales o la Costa Pacífica. El colectivo de la Radio Nacional de Colombia buscó en esas regiones olvidadas al indígena fabricante de los cascabeles usados en los bailes tradicionales del pueblo Cubeo; al artesano que transforma el totumo y las semillas en maracas para los grupos de música llanera, y al descendiente de africanos que conoce los secretos de la madera, las semillas y la guadua con las que elabora cununos, guasás y marimbas. Sus historias combinan un tono y ritmo homogéneos con una excelente sincronía del lenguaje audiovisual.

La crónica depende en buena parte de la mirada de su autor, que recoge la historia, la vive, le imprime su sello y la traduce en sensaciones, porque la crónica no existe “para convencer, sino para conmover”. En Almanegra Santiago Wills, con un texto bien escrito, es decir, sencillo y comprensible aun en medio de detalles técnicos y referencias cultas, convierte el perfil de alguien tan aparentemente estático como un árbol en una narración vívida y dinámica. No es posible permanecer indiferente ante este ejemplar en peligro de extinción al que Wills transforma en un aventurero histórico, en ese cercano primo biológico que vive y siente en una dimensión lenta y silenciosa, pero inexorable.